Cien años de soledad

Auxiliándome de los apuntes y grabaciones de las conferencias ofrecidas por mi maravilloso e inolvidable profesor de literatura, Imeldo Álvarez, en cuanto a la novela Cien años de soledad de GGM, debe puntualizarse que esta obra pretende ser la historia total del mundo desde su origen hasta su desaparición. Como subrayó el genial Mario Vargas Llosa, la narración se extiende en dos direcciones: “la vertical (el tiempo en su historia) y la horizontal (los planos de la realidad).” (Vargas Llosa: “GGM, Historia de un deicidio”, Barral, Barcelona, 1971, página 496).

El talento del escritor consiste en haber escogido un eje que constituye el centro de la sociedad que va a pintar, la estirpe de los Buendía. Así que la historia de este pequeño pueblo imaginario de Macondo, a poco distancia del Caribe colombiano, se confunde a veces con el destino de una familia. A través de ella, vemos convertirse poco a poco la minúscula aldea tropical y casi prehistórica en un pequeño pueblo de mercaderes y de pobladores activos. El lector toma conciencia de la realidad total de la novela a través de los procedimientos paralelos: el pasaje de lo real objetivo a lo real imaginario (o al revés) y el traslado de lo particular a lo general (y viceversa).

De la misma manera que la vida de la familia Buendía sintetiza a la de Macondo, este pueblo representa y condensa, por su historia, la historia humana. El periodo analizado, de cien años, simboliza además la evolución de toda la civilización, las etapas que recorre normalmente entre el nacimiento, decadencia y muerte. Es la peripecia de cualquier sociedad del llamado tercer mundo. En un principio, Macondo es una pequeña agrupación patriarcal de hombres sencillos e ignorantes. Su primera transformación interviene cuando Úrsula encuentra una ruta para comunicarla con el resto del mundo. Recibe entonces en la primera ola de inmigrantes que convierten la localidad en un centro de negocios y artesanías.

Después aparecen las instituciones, el órgano de la ley (el corregidor), de la Iglesia (el padre Nicanor Reyna), de la fuerza pública (la policía). Luego se producen las primeras guerras civiles hasta desembocar en la transformación de Macondo en municipio dirigido por un primer alcalde. Siguen progresivamente las características del progreso social: un ferrocarril, la luz eléctrica, el teléfono y el cine. La segunda etapa ocurre cuando una compañía frutera norteamericana lo convierte en centro monoproductor de materia prima para una potencia extranjera.

Tal organización trae consigo una sucesión de beneficios y de prosperidades efímeras. Las primeras dificultades económicas suscitan los primeros conflictos sociales con sus huelgas reprimidas brutalmente por el ejército. El último período de la historia de Macondo coincide con la salida de la compañía extranjera, la decadencia económica general que se produce y un gran diluvio natural. Los orígenes de la estirpe de los Buendía son vagos. Por el lado materno, remontamos a una bisabuela de Úrsula Iguarán, casada con un negociante aragonés que vivía en Riohacha en el siglo xvi, y por la materna, a un tal José Arcadio Buendía que, en la misma época, era un cultivador criollo de tabaco. Los matrimonios entre ambas familias serán constantes, de tal modo que un día, una tía de Úrsula, casada con un tío de José Arcadio Buendía, engendra un monstruo.

Este triste accidente provoca la oposición de ambas familias cuando dos primos de cada ramo quieren casarse. Así que José Arcadio y Úrsula deciden trasladarse a Macondo donde fundan la familia que será el principio de siete generaciones, a pesar del peligro y de “la vergüenza de engendrar iguanas”. Como la sociedad, la familia está concebida a imagen de una institución familiar primitiva. El rasgo dominante es la condición de inferioridad reservada a la mujer. Debe permanecer en el hogar y limitarse a tareas domésticas. El hombre es y sigue siendo el señor. Así que existen dos pesos y dos medidas para ambos sexos. Los hombres gozan de una completa libertad sexual. Tienen mancebas y amoríos más o menos clandestinos. Las Buendía consideran como muy normal acoger en su hogar a los productos de esta vida amorosa paralela. Así Úrsula se hace cargo del hijo que tiene José Arcadio y el otro de Aureliano con la misma Pilar Ternera.

La orgullosa Fernanda del Carpio acepta como muy natural que su marido tenga una amante oficial. Es el problema de la casa chica tan practicado en el México de hoy. Pero cuando la misma Úrsula se entera de que a su hija tiene una hija ilegítima, no lo aguanta y está dispuesta a sacrificarla. Las únicas mujeres que gozan de libertad sexual absoluta son las de condición inferior: sirvientas, queridas o prostitutas. Los mitos y prejuicios sexuales corresponden a los de las sociedades primitivas, donde las mujeres aceptan la fornicación como la forma de sumisión, de esclavitud pasiva, considerando la brutalidad como una forma de placer masoquista reservada a los hombres: los machos. Los indios guajiros están también destinados a ser domésticos o bestias de carga, sin posibilidad de progreso social cualquiera. Cuando la casa de los Buendía se haya transformado en un castillo medieval, cultivará la hospitalidad hasta un grado increíble, hasta un exceso vicioso.

La religión practicada por la familia será combatida por la llegada del protestantismo importado por los ingenieros de la compañía bananera extranjera. El choque de tales creencias con prácticas distintas sacude a los habitantes cuya fe católica nunca había sido muy fuerte ni muy profunda. Así, cuando sucumbe Macondo al viento exterior, la religión también será destruida. Con una única escuela primaria en el lugar los habitantes no pueden reservar una educación muy profunda a sus hijos. Los mejores serán autodidactas. Así que los oficios serán siempre modestos: labradores, artesanos, negociantes, cazadores, obreros y hasta inventores y vagabundos. Las mujeres que no sean amas de casa se contentarán con ser concubinas o prostitutas. Los auténticos profesionales, el médico, el cura, los ingenieros, el librero culto y erudito, procederán de fuera.

Las pocas distracciones permitidas a los macondinos serán las ferias organizadas por los gitanos, el cine y más tarde el teatro, con las peleas de gallos. Entre los entretenimientos menos permitidos, el burdel local se reserva una posición clave, aún más cuando llegan “las cariñosas matronas de Francia” y “un tren cargado de putas inverosímiles”. Concentrarán la actividad del pueblo en el momento de la desintegración final. No entraremos en los detalles y vicisitudes de las intrigas de esta ciudad legendaria donde lo inverosímil se confunde cada vez más con el mito. GGM tiene talento especial para mezclar la realidad concreta, objetiva, con la realidad imaginaria. En la realidad histórica, existe efectivamente un lugar de Colombia llamado Macondo. Pero no es una ciudad: es una quinta situada a unos kilómetros de la ciudad natal y tropical del autor: Aracataca.

Dentro de la realidad social, las costumbres del carnaval y de los noviazgos aparecen no sólo largos, si no como interminables. Dentro de un folclor divertido abundan los cuentos inverosímiles de viejas que nos hablan de “hombres que nacen con cola de animal”. Es la creencia acostumbrada relacionada con los prejuicios sociales (amores incestuosos). Así que los primos Buendía producirán un monstruo “con cola de cerdo”. GGM ha escrito además un libro para sus amigos personales. Y los encontramos en la novela. Porque hay, entre sus familiares, un Alonso, un Alfonso, un Germán Y un General Vargas. Después de los personajes reales, encontramos a los personajes literarios, Como Víctor Hughes (que también fue figura histórica), uno de los protagonistas de “El siglo de las luces” de Alejo Carpentier, y Rocamadour, otro personaje de “Rayuela” de Cortázar.

Entre los mitos más evocados citaremos el de la fecundidad, servido por el frenesí sexual de ciertos personajes. Lo que se notara al pasar es que el amor está ausente de la novela como forma puramente afectiva, como forma de sensibilidad y no de apetito sexual. El mito del machismo es el símbolo del orgullo masculino. Nos domina además el mito del tiempo, de un tiempo que se desdobla, que opera en dos planos, en dos líneas. El primer mito del tiempo subraya que todo se repite, todo es cíclico. El mito del tiempo único está comprobado por la forma de la fábula, está comprobado por la duración de la vida de Macondo, es decir, la duración de la novela. El tiempo de la narración abarca efectivamente los dos tiempos.

Entre los personajes reales imaginarios de García Márquez podemos citar también al coronel Lorenzo Gavilán ya conocido por “La muerte de Artemio Cruz” de Carlos Fuentes. El paso de lo histórico a lo mítico-legendario y a lo imaginario es el fenómeno de lo real imaginario. Los acontecimientos fantásticos constituye una parte importante del libro y lo rellenan de humor. Así son los niños que nacen con cola de cerdo; el hielo que quema milagrosamente; los manuscritos que levitan; el burdel zoológico, etc. El conjunto produce una verdadera suma, una obra fantástica, mágica, que encanta al lector. Bien parece difícil que algún autor sepa, en el futuro, escribir una novela que supere “Cien años de soledad”.


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