Acerca de los buenos consejos

Carlos Marx en una carta a su amigo Federico Engels subrayó una máxima que halló en las páginas de un antiguo libro francés —buscar libros viejos era uno de sus entretenimientos favoritos—: “Los viejos no se cansan de dar buenos consejos porque no pueden ya dar malos ejemplos”. Sin embargo, hay consejos de ciertos pensadores prodigiosos que rejuvenecen y su importancia se acrecienta con el paso del tiempo. Ello sucede, por ejemplo, con una recomendación dada por ese gran amigo de Cuba: Nelson Mandela. Dictamen que él pudo amasar y coronar en su mente luego de mucho penar en prisión.

Pienso que ese dictamen de Mandela nos viene justamente a todos los cubanos como anillo al dedo —tanto a los que residen en la isla como a los de la diáspora radicada en otras tierras— ante la nueva situación que se nos abre en cuanto a las relaciones con el gobierno y el pueblo estadounidenses, congeladas, como se sabe, por más de medio siglo. Teniendo por delante ese escenario promisorio y desafiante, y a fin de que los cubanos triunfemos en los afanes de construir y perfeccionar a la Cuba que amamos, será recomendable tener en cuenta y aplicar sin reservas la conducta aconsejada por Mandela: “Al salir por la puerta hacia mi libertad, supe que si no dejaba atrás toda la ira, el odio y el resentimiento, seguiría siendo un prisionero”.

No importan las razones que cada cubano esgrima ante los demás compatriotas, sobre todo, debemos saber poner de lado los argumentos que se asocien a la “ira y desgano” que poéticamente Pablo Milanés indicó —cual inaplazables cuestionamientos— en su canción “Días de Gloria”. Los senderos de la venganza no nos llevarán a sitio alguno. A no ser que queramos llevar a Cuba hasta los infiernos de un invierno rudo y desolador. La venganza sólo responde a los espíritus de talla lamentable que quieren endosar a los demás sus propias miserias, incapaces de ajusticiarse a sí mismas.

El sabio proverbio chino de que todo problema tiene tres puntos de vista: el tuyo, el mío y el verdadero, quizás venga en nuestro auxilio para buscar la verdad de modo equilibrado y nada absolutista, al amparo por supuesto del ejercicio de la sosegada y saludable polémica y críticas necesarias, mas sin caer en las dinamitadas impugnaciones sin punto final. Pero, sobre todo, nunca dejarnos conducir —según nos alerta Mandela— hasta la condición de ser, nosotros mismos, eternos prisioneros de las bajezas humanas.


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