Club Pulse

Cuando sucede una masacre como la ocurrida dentro del Club Pulse el pasado sábado en Orlando, uno siente que la deshumanización nos quema el corazón. Entonces, cuando nos damos a la tarea de examinar las posibles motivaciones de ese horrible crimen, al final siempre quedamos desolados. ¿Terrorismo?, ¿descuidos del FBI?, ¿deficiencias en el control de armas en EE. UU.?, nos planteamos ésas y otras interrogantes.

En fin, si bien enseguida concluimos: puede que alguna motivación, o varias, intenten justificar ese vil asesinato, pero sin duda, lo que está en el fondo de todas las posibles causales es la homofobia. La homofobia es antigua, bien antigua, disfrazada en la intolerancia y la censura, bien disfrazada, y luego un azaroso día se explaya ante la diversidad humana y fulmina la vida de los inocentes.

Los griegos llamaban a la noche la benévola. Presentían la noche llena de buena voluntad y afectos indulgentes hacia los hombres o como el espacio donde la gente podía amarse y reconocerse. Pero en el Club Pulse (paradójicamente: pulso, en español) la benévola fue despojada de todos sus nobles atributos y fue proyectada hacia los infiernos.

Los 49 jóvenes que cayeron abatidos ante la furia del homosexual que vivía en el clóset, y fenecieron aterrados porque el verdugo con sus ráfagas de plomo les anunciaba una segura muerte ante la cual ninguno tendría escapatoria.

Uno lee los vertiginosos mensajes cursados por los acorralados jóvenes a sus madres y se nos hace un nudo en la garganta.

Hace unos días una amiga que tengo, Isabel Tamayo, conmovida por los sucesos de Orlando me escribió para decirme que vivíamos en un mundo abominable, vomitivo, que esos jóvenes no merecían tener ese horrendo final, etc., y que una de las cosas que más le había gustado de mi novela Adiós Arizona era que en la trama (también de extrema violencia, según ella) no asomaba la homofobia.

Por supuesto, me sentí complacido ante esa valoración, pues la homofobia, así como la xenofobia y la discriminación racial o de cualquier otra índole son prolongaciones de un mismo mal: la ignorancia y el irrespeto a las diferencias.

Ahora me acuerdo de ciertos funcionarios que lamentablemente fueron mis compañeros en La Habana —prosiguió Isabel en su mensaje— que sin la menor vacilación y hasta envalentonados ejercían y apoyaban la censura hacia todas las obras artísticas que a su juicio tenían contenido gay y sus autores eran, sobre todo, homosexuales. Y yo callaba como una cobarde. ¡Carajo! ¡Qué bien que pude abandonar todo esa mierda! ¡Qué horror!

Y bueno, entrañable Isabel, dejas de ser cobarde cuando eres capaz de reconocer tus propios silencios. Y bueno, no olvides que a José Lezama Lima lo mandaron a la exclusión por haber escrito una obra maestra tan genial como Paradiso. No olvides que a Pablo Milanés le censuraron en la radio y en la televisión cubana una canción en homenaje al amor gay: “El pecado original”.

Sabes, Isabel, yo creo que la censura en el fondo no deja de ser una grave autocensura para quien la practique y la ordene en nombre de quien sea y en base a las razones que intenten fundamentarla. Ni más ni menos. Siempre la censura será fallida. Mañana, ya eso lo sabemos, la gente hablará de los artistas y de sus obras, pero jamás dirá una sola palabra sobre los funcionarios que ejercieron la censura.

Nuestra solidaridad, Isabel, hacia todas esas familias que por el crimen cometido en el Club Pulse perdieron de modo tan feroz a sus seres queridos.
Y como dijo José Saramago: “Si el mundo alguna vez consigue ir a mejor, sólo habrá sido por nosotros y con nosotros.”


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