Despedida

En el sur de Angola en 1977 había una fábrica de cervezas. Su marca era Cuca. Cuca estaba presente con sus botellitas ámbar en todas las fiestas que se hacían. Cuando los portugueses se marcharon de la colonia angolana dejaron la fábrica totalmente paralizada. Desactivaron sus sistemas y las partes electrónicas esenciales habían sido dañadas. Al llegar las tropas cubanas se encontraron la instalación inhabilitada para su normal funcionamiento. Rápidamente se dieron a la tarea de encontrar dentro de la tropa cubana hombres que tuvieran experiencia fabril y sobre todo cervecera.

No fue difícil; en las tropas cubanas había gente de todo tipo de extracción. Como no eran unidades regulares sino conformadas por expreso llamado de los comités militares, allí estaban presentes desde un rumbero, un panadero, un zapatero o un actor de teatro. Había de todo. A los pocos meses comenzaron a salir de la fábrica, gracias a la manos cubanas, las botellitas Cucas, los bidones con cerveza dispensada y los camiones cisternas con el líquido.

Cuando llegamos a Huambo los músicos de la brigada artística fue todo un acontecimiento por la alegría con que nos recibieron las tropas aburridas. Con la orquesta se presentaban las cantantes femeninas Beatriz Márques, Ela Calvo y la bailarina folklórica Maida Limonta. En la noche fuimos para una unidad llamada Ingenieros para hacer nuestra primera actuación. A falta de un teatro adecuado habían hecho un escenario en el interior de una barraca. En la parte amplia del local fueron situadas decenas de sillas para los combatientes. La parte pequeña trasera del escenario que debía ser utilizada por los músicos y artistas para preparar la actuación fue dispuesta para servir cervezas a la oficialidad.

Tenientes y capitanes, de pie, entre risas y bromas las botellitas Cuca se paseaban de un lado a otro. Hacia allá llenas, hacia acá vacías. Dos soldados dispuestos como sirvientes extraían desde los tanques con hielo las Cucas, otros dos las servían en bandejas de aluminio. En la puerta de atrás, para que no pasara nadie que no fuera de la oficialidad o los artistas, situaron un soldado cubano de guardia. El soldado que hacía la guardia, con su AK terciado miraba a todo el que intentaba entrar. Si era un oficial se cuadraba y le daba paso, si era un civil artista le sonría con una sonrisa bonachona.

Era un negro de los llamados “retintos”, parecía un oriental guantanemero. Estaba vestido todo de verde, botas lustrosas y casco nuevo. El fusil se veía que también estaba preparado con esmero para la fiesta de la actuación de la brigada artística “que había llegado de Cuba”.

En el escenario la orquesta tocaba canciones que los guardias coreaban a gritos para sentirse bien cerca de la isla natal. Cualquier cosa les entusiasmaba y si tenían un mínimo de sabor criollo se arrebataban de locura. En la parte trasera los artistas que no estaban presentándose en ese momento bebían Cuca junto a los oficiales. Ahora le tocaba la oportunidad a Beatriz Márquez y como se presentaba acompañada con su guitarrista Julito Fonseca los músicos de la orquesta hacían un descanso, se iban al bar improvisado y recibían invitaciones de los oficiales que habían crecido en número. Estaban los oficiales de la unidad de Ingenieros y de otras unidades vecinas.

Al terminar Beatriz Márquez su actuación, los soldados se quedaban colgados de la voz romántica de la musicalísima cantante y seguramente en sus mentes iban hacia Cuba y seguramente también hacia una mujer. La orquesta vuelvía a tocar, pero asombrosamente ahora los efervescentes jóvenes parecían no estar en el lugar pues en sus imaginaciones se habían ido volando hacia sus distantes casas de Cuba. Cuando regresaban de esa visita imaginaria volvían a corear, a cantar y a bailar.

En la parte trasera había tanta algarabía como en el salón de la barraca teatral. Eran tantas personas las que abrían las botellitas Cucas que un solo abridor no era suficiente. Entonces los combatientes desenfundaban las pistolas Makarof 9 milímetros y con la abertura del carro destapaban las Cucas. En el escenario ahora cantaba Ela Calvo con su guitarrista. Los músicos de la orquesta iban al bar por más cervezas. Ya se habían abierto también algunas botellas de whisky Caballo Blanco.

El soldado de guardia abandonaba la puerta, se quitaba el casco y también comenzaba a recibir invitaciones para beber cerveza. Hablaba con los músicos y aclaraba que él no de Guantánamo sino de Ciego de Ávila. Tmbién dijo que ya había terminado su servicio en Angola y que hacía su última guardia pues al otro día partiría hacia Cuba.

–¡Coño, a encontrarte con la familia!—le dijimosen para congratularlo.
–No, yo no tengo familia, en Cuba vivo solo. Soy guajiro, tengo una finquita en Sierra de Cubitas. Allá nadie me espera, pero bueno, la tierra es la tierra —dijo sonriente el negro retinto y sus dientes blanquísimos centelleaban de satisfacción.

En ese momento otro oficial abrió una cerveza con su pistola Makarof e inexplicablemente se le escapó un disparo. Ese disparo le atravesó el corazón al oficial de guardia, al negro retinto de Ciego de Ávila y le dejó congelada la sonrisa con la que acariciaba su regreso defintivo a Cuba.


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