El infierno de la doncellita

Viena, Austria, a principios del siglo XX. El joven entró a la casa donde había muerto Beethoven y se disparó. Se nombraba Otto Weininger y tenía 23 años. Dejó una nota en la cual decía: «¡Mujer, judío, Yo, al diablo con todo eso!» Era escritor y recién acababa de publicar su libro misógino: Sexo y carácter, que se convirtió en bestseller. Weininger vendió miles de libros, muchísimos más que Sigmund Freud.

El padre del psicoanálisis, de su obra Interpretación de los sueños, sólo había vendido 600 ejemplares.
«El más bajo de los hombres se encuentra todavía infinitamente más alto que la más elevada y virtuosa de las mujeres, tan alto que en ese punto cualquier comparación es absurda. El enemigo mayor, el único, de la emancipación de la mujer es la mujer misma», escribió Weininger en su libro donde aborda la división de los sexos desde una perspectiva filosófica, psicológica y biológica.

Precisamente, ese polémico volumen de Weininger, terminé de leerlo mientras estuve unos días en la enigmática Ciudad Juárez. Ciudad que escritores y cineastas —debido a los horrendos asesinatos de más de tres mil mujeres, aún no esclarecidos— la han bautizado como Ciudad del silencio, Ciudad que devora a sus hijas, Ciudad de mujeres desechables y Ciudad del infierno.

A México viajé para realizar investigaciones acerca del narcotráfico y el crimen organizado y delinear mi novela Adiós Arizona.

Al estructurar la narración de Adiós Arizona, quise homenajear a esas mujeres que fueron violadas y asesinadas en Ciudad Juárez y sus alrededores, y, especialmente, enaltecer a la primera víctima que fuera ultimada en enero de 1997. Se nombraba Alma Chavira Farel y tenía apenas diez años de edad: era una real doncellita.

Por ello, a modo de deplorar ese diabólico crimen que supera cualquier espejismo, incluí en la trama a una joven que en Adiós Arizona es secuestrada y atraviesa ese cruento calvario que ninguna niña o muchacha merece afrontar.
Intenté hacer, valga la evocación, lo que solía hacer Henry Miller: escribí Adiós Arizona como si fuese un médium, que, cuando sale de su trance, se asombra de lo que ha dicho y hecho.


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