Julio Cortázar o dibujar un mundo incomprensible

En el prólogo que Jorge Luis Borges le hizo a “Cuentos”, 1986, de Julio Cortázar, escribió:

“Cuando Dante Gabriel Rossetti leyó la novela Cumbres borrascosas le escribió a un amigo: «La acción transcurre en el infierno, pero los lugares, no sé por qué, tienen nombres ingleses». Algo análogo pasa con la obra de Cortázar. Los personajes de la fábula son deliberadamente triviales. Los rige una rutina de casuales amores y de casuales discordias. Se mueven entre cosas triviales: marcas de cigarrillo, vidrieras, mostradores, whisky, farmacias, aeropuertos y andenes. Se resignan a los periódicos y a la radio.

La topografía corresponde a Buenos Aires o a París y podemos creer al principio que se trata de meras crónicas. Poco a poco sentimos que no es así. Muy sutilmente el narrador nos ha atraído a su terrible mundo, en que la dicha es imposible. Es un mundo poroso, en el que se entretejen los seres; la conciencia de un hombre puede entrar en la de un animal o la de un animal en un hombre. También se juega con la materia de la que estamos hechos, el tiempo. En algunos relatos fluyen y se confunden dos series temporales.

El estilo no parece cuidado, pero cada palabra ha sido elegida. Nadie puede contar el argumento de un texto de Cortázar; cada texto consta de determinadas palabras en un determinado orden. Si tratamos de resumirlo verificamos que algo precioso se ha perdido.”

Estas opiniones de Borges sobre los cuentos de su compatriota son inquietantes, pero en las palabras del riguroso evaluador se observa el respeto y la admiración que le profesaba a Cortázar. Especialmente cuando Borges afirma que con esas crónicas de modo sutil el escritor nos lleva a su terrible mundo. O sobre todo que al tratar de resumirlo comprueba que algo de mucho valor se le ha extraviado. ¿Qué escritor no añora que al narrar toda su anécdota al lector le asalte la certidumbre de que hay resquicios en la prosa que se le han escondido o no se han revelado del todo? Es como si el exigente Borges le dijera a Cortázar que su narración, aunque no se pueda contar y tenga algo que presiente como ilocalizable, le encanta y maravilla.

Quizás por esa capacidad narrativa e indagadora que tenía Cortázar pudo entender como pocos, desde su primera aparición, la novela Paradiso de Lezama, donde deambula excelsa la poesía por caminos que, diría Cortázar a Lezama o viceversa, confirman la tremenda importancia de la forma en el arte.

Los críticos y especialistas cuentan que Julio Cortázar fue hijo de un agregado comercial de la embajada de argentina en Bélgica y que nació en la capital Belga bajo la ocupación alemana. A los cuatro años regresó a la tierra de sus padres para realizar los estudios primarios. Realizó luego los secundarios hasta graduarse a los veintiún años de maestro de primaria. Recordó con amargura que había tenido una pesada y dura infancia en los suburbios de Buenos Aires, en una enorme casa poblada de gatos, perros, cotorras y tortugas. Con una sensibilidad desbordada, dio clases en aldeas y pueblos del interior hasta llegar a la ciudad de Mendoza.

Participó en la rebelión antiperonista y retornó a Buenos Aires para adiestrarse en el arte: poesía, estética, música y cine. También se dedicó a la traducción. Trabajó en la unesco de París. En la capital francesa, en 1951, se casó con una traductora y empezó su carrera literaria con la publicación de sus primeras obras de resonancia. En 1938, con el seudónimo de Julio Denis, publicó una antología de sonetos de gran sensibilidad, “Presencia”, donde apuntaba la influencia de Góngora y de Mallarmé y el deseo de una lengua esmerada. En 1944, el poema dramático, “Los Reyes”, nos ofrece su primera visión definida del hombre lograda en una experiencia poética profunda.Es una obra para leer, donde aparecen ya sus temas favoritos: el laberinto, el monstruo, los misterioso. Contrariamente a la leyenda helénica, Teseo será un hombre mediocre, conformista, temeroso de lo excepcional. Quiere matar al Minotauro, ser distinto y libre, poeta marginado de la sociedad, para que nos amenace sus convenciones. Minotauro simboliza la frontera del poder y el conocimiento del hombre. Cuando violentamos la realidad para que quepa en categorías racionales, destruimos los monstruos y quedamos solos y tristes. Ellos nos “abren la libertad”, nos revelan los jardines sin llaves, nos conducen más allá de la adolescencia. El mejor medio para matar los monstruos es aceptarlos. Así, “Los Reyes” aparece como una defensa del Minotauro, el poeta.En “Bestiario” (1951), Cortázar imagina una casa invadida por seres extraños y ocupada por una pareja de hermanos incestuosos. Tal invasión representa para los hermanos la presencia obsesiva de los antepasados que les impiden gozar de la vida. Puede representar también el ingreso de nuevas generaciones intolerantes con la decadencia de los hermanos, decadencia paralela a la de una clase social argentina. O será la mirada de los vecinos, sus comentarios escandalizados, que condenan el incesto.En “Circe” repite la leyenda griega de la maga que transformaba hombres en cerdos. Delia asesina a sus novios con bombones envenenados. El autor no recurre a situaciones inverosímiles: los protagonistas son habitantes normales de Buenos Aires. Su lenguaje es el del país. Sus ceremonias recuerda las de cualquier vida argentina. La aparición de lo fantástico es “consecuencia inexorable” del realismo que lo suscitó.”Todos los fuegos el fuego” (1966) expresa la lucha del protagonista contra la rutina. Al mirar un axolote (curioso pez casi prehistórico que tiene patas) en el Jardín de Plantas el niño parisino no lo puede comprender, ya que su pensamiento era un pensamiento fuera del acuario. No se puede comprender lo no humano y seguir siendo un hombre.


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