“La Historia no es maestra de la verdad, por el simple hecho de que se está haciendo y no ha dicho su última palabra”, aseveró en una ocasión el afamado escritor Milan Kundera. Mas en el caso de Mohamed Ali, en cuanto a encarar su vida, la Historia sí pudo dictaminarlo y otorgarle su última palabra.
Después de encontrarse con los Beatles en Miami, Cassius Clay Jr., decidió adoptar el nuevo nombre de Mohamed Ali. Más adelante comenzaría para el tres veces campeón del mundo su indetenible carrera. Hizo del boxeo un arte: danzaba sobre el ring como Fred Astaire y con los puños daba toques de jazz cual si fuera Duke Ellington. Su actitud, calificada de auténtica contracorriente, es típica de los revolucionarios que a lo largo de la Historia han sido y serán siempre minoría.
Luego, Mohamed Alí, también bautizado como el Prometeo de los años sesenta o el mejor púgil de todos los tiempos, se empinaría como el cordero de Dios ante los hombres del poder estadounidense para darles una inolvidable primicia (y bueno, mejor sería decir que actuó como el más libre de todos los hombres) dispuesto a sacrificarlo todo por su gente y su país. En otras palabras: Ali con ese atrevido juicio haría dejación de su fortuna, del cetro y la fama deportiva para cambiar el mundo.
Es difícil o bastante improbable que alguien esté en la cima del poder deportivo o artístico y asuma tales posturas, casi suicidas, que sobrelleven tanto sacrificio.
Sin ánimo de entrar en comparaciones, ya que un caso no necesita del otro, recuerdo que nuestro Pablo Milanés estuvo 26 años sin viajar a Chile debido a su repulsa y condena al dictador Pinochet. Fue un gesto de incuestionable valor.
Pero volvamos al caso de Cassius Clay Jr.
Prestigiosos dirigentes políticos, sociales y religiosos del movimiento afroamericano discutieron con Mohamed Alí su incomprensible y para ellos dañina posición: “yo, Mohamed Alí”, argumentó ante los reunidos, “no viajaré 10 mil kilómetros para asesinar vietnamitas, dado que esa guerra, además de ser sucia, es una estafa de los blancos empoderados de los Estados Unidos.”
En esa difícil y árida junta estuvieron presentes, entre otras legendarias personalidades, Jackie Robinson y Joey Louis, para que Mohamed Ali rectificara su perjudicial resolución.
“Con esa nefasta decisión, Ali”, dijeron, casi al unísono, “todo lo que hemos avanzado con nuestro movimiento en materia de derechos civiles se irá a la basura. Nuestra gente sufrirá las consecuencias de tu inmadurez. Tienes que enrolarte, hermano, e irte a Vietnam. Los buenos compañeros de viaje, no deben separarse ni jamás abandonarse.”
Los impacientes interlocutores estaban persuadidos de que Ali no daría un paso tan peligroso. Perdería su fortuna, se le despojaría de la corona y sería sancionado a años de ostracismo. En fin, no podría boxear. “Imposible”, pensaron ellos sobre Ali. “Nadie puede adoptar una acción tan descabellada.”
Y ellos, desde su punto de vista, puede que tuvieran razón. Era bien difícil que alguien tan encumbrado y prestigioso renunciara a tanto y mucho menos hacerlo de golpe y porrazo.
Mas Mohamed Ali siguió en sus trece. Y replicó que él creía que gracias a su proceder sucedería todo lo contrario, que su gente avanzaría mucho mas y elevaría su dignidad individual y colectiva.
Cuentan que el campeón hablaba despacio y sin vacilación alguna. Finalmente, Ali dijo: “Señores, pase lo que pase, no iré a esa maldita guerra.”
La guerra cobró 3 millones de vidas vietnamitas y 64 mil estadounidenses.
Puede que Mohamed Ali, al realizar la rueda de prensa en 1967, en la cual anunció su irrevocable posición de no ir a Vietnam, no hizo otra cosa que adelantarse a su tiempo.
Quizás nadie más pudo avizorarlo tan claro como él. El campeón sabía que con esa negativa de no ir al servicio militar estadounidense y a la guerra, propiciaría una mejor vida a su gente. Cuando Ali hizo aquella rueda de prensa, aún muy pocas voces se alzaban contra el conflicto armado en Vietnam.
Décadas después de la hazaña de Ali, se concretó un hecho histórico increíble para los Estados Unidos: Barack Obama era elegido Presidente y reelegido para otro período.
Aunque Mohamed Ali, como hombre libre y amigo de Cuba, quiso y tuvo la suerte de viajar a nuestro país primero que Obama.
Y Mohamed Ali conoció a nuestro gran Teófilo Stevenson.
Dicen que esa pelea entre Ali y Stevenson, de haberse podido escenificar, hubiera sido la pelea del siglo. Muchos consideran que Alí hubiese sido el vencedor. Otros expertos opinaban que el ganador hubiera sido Stevenson.
Con todo, lo más importante fue el hecho de que ambos colosos se conocieron y forjaron una fuerte amistad. Aunque cabe preguntarse, casi de modo premonitorio, ¿acaso ambos campeones con su abrazo forjaron el inicio de la amistad que ya se abre entre nuestras dos naciones?
Tal vez, y, ojalá que sí, por qué no.
Por cierto, cuentan algunos fabuladores que estuvieron en la rueda de prensa donde Mohamed Alí comunicó su decisión de que no iría a la guerra de Vietnam, que en las afueras Sócrates gritaba muchas preguntas y el beato Francesco De Gregori llenaba las paredes con versos en grafiti:
La Historia somos nosotros.
Nadie se sienta ofendido.
La Historia somos nosotros.
Ninguno se sienta excluido.
Somos un manojo de luces bajo el cielo.
Somos nosotros y esas ondas en el mar.
Este rumor que rompe el silencio.
Este silencio duro de masticar.
Después te dicen: “todos son iguales
y todos roban de la misma manera”.
Pero la Historia no se detiene.
Somos nosotros los que tenemos todo
para vencer y para perder.
La Historia no tiene escondrijo.
La Historia no pasa la mano.