Rosa Parks y Yanay Aguirre van por la justicia

Los cubanos, por la semejanza que tenemos con los norteamericanos en cuanto al conflicto de la discriminación racial, abordamos continuamente en nuestra historiografía, en la prensa y en la literatura ese viejísimo problema. Además de compararnos, nos da por hermanarnos en el mismo sufrimiento: tener que soportar humillaciones y vejaciones (en el caso de Estados Unidos, hasta de ser asesinados en las calles) por llevar un color de piel diferente. Con independencia de estadísticas y mírese por el lado que se desee mirar, cubanos y norteamericanos tenemos ese mismo dolor. En ciertos aspectos, Cuba aventaja a los Estados Unidos. En otros, los norteamericanos nos superan.

Rosa Parks fue la primera mujer negra estadounidense que a mediados del XX decidió un día sentarse en el ómnibus de pasajeros en los asientos donde no podía hacerlo por estar destinados a los blancos. Por esa arriesgada actitud de luchar por la justicia, ella se granjeó la admiración y el respeto en el mundo entero y de ese modo se inició la lucha de los negros estadounidenses por la lucha de sus derechos civiles. Un 10 por ciento de la población norteamericana es negra. Alrededor de un 30 por ciento de la población cubana es negra.

En estos días en La Habana se vivió en sus calles un hecho insólito: un chofer de un “almendrón” (así bautizado por la gente a los automóviles americanos de mediados del siglo pasado que transitan la capital en calidad de taxis) obligó a una joven negra y estudiante universitaria, nombrada Yanay Aguirre (actualmente estudia el sexto año de la carrera de Derecho) a bajarse del taxi por ser negra.

Yanay Aguirre, después de sufrir tamaña vejación e imitando a Rosa Parks en su lucha por la justicia, de inmediato impuso a las autoridades correspondientes de lo sucedido. Por supuesto, el taxista ahora para encubrir su condición de racista, vergonzosamente argumenta que se vio obligado a bajarla atendiendo a otras razones, aunque no niega que expresó opiniones denigrantes al dirigirse a Yanay Aguirre. Lo increíble es que ese racista recibió mensajes de apoyo de otros racistas cubanos.

Tanto en la prensa cubana como en la televisión, en la radio y en las redes sociales (que poco a poco ya se hacen sentir) se condenó el hecho sin vacilación alguna en solidaridad con Yanay Aguirre. Pero los cubanos sabemos que no basta con declarar el repudio hacia tales conductas racistas. Sabemos que nosotros los cubanos, es decoroso reconocerlo, en cuanto a la discriminación racial, realmente no luchamos tanto como deberíamos. En especial las autoridades educativas, culturales y gubernamentales.

Nuestra primordial ventaja en relación a Estados Unidos, la más relevante, es que en Cuba desde hace mucho tiempo se acabaron los esbirros. Nadie puede amparado en autoridad alguna golpear o asesinar a un negro en nuestras calles y quedar impune. Sin embargo, podemos constatar que en muchas áreas sociales de nuestro país los negros son relegados a segundo y tercer plano en las actividades laborales con independencia de tener tanta o mejor aptitud y preparación que el blanco. Así sucede en la rama del turismo, por ejemplo. En las instalaciones existentes es difícil ver un hombre o mujer negra en las gerencias hoteleras. Siempre los negros son los que trabajan como porteros, dependientes, en tareas de limpieza y como choferes.

No nos confundamos, cuando en nuestra Constitución y en el Código Penal se destacan artículos que penalizan y salvaguardan la integridad de los ciudadanos negros es porque sin duda todavía en Cuba existe la discriminación racial. Ello justifica el hecho de que este racista haya recibido apoyo de otros racistas. Esa anomalía está anidada y palpita en la mente de las personas. Cuando deje de existir, ya no formará parte de nuestras normativas jurídicas. En esta sabiduría técnica los Estados Unidos si aventajan a Cuba. Aunque en Norteamérica se realice una película que trate sobre un vuelo espacial u otro argumento, en el elenco de los actores tiene que aparecer un negro o varios en términos proporcionales a la plantilla y normados por ley. Así sucede en otras áreas, como en la televisión y sus series. Pero ello ocurre porque hay una legislación que lo garantiza. En Cuba no la tenemos.

Hace más de cien años se dio en nuestra historia lo que se ha dado en llamar “La guerrita del doce”. Ocurrió a mediados de 1912 bajo el gobierno de José Miguel Gómez. En mi novela “La Habana en tiempos de Pote” que muy pronto saldrá a la luz se describen en sus páginas esos acontecimientos que siempre fueron ocultos en la historiografía cubana. El mérito mayor en denunciar estos nefastos hechos lo tuvo nuestro intelectual, escritor y poeta, Guillermo Rodríguez Rivera, recientemente fallecido. En las páginas de mi novela se constata:

“El 27 de mayo de 1912 José Miguel Gómez envió a Oriente 1200 soldados para derrotar a los rebeldes del pic. Designó al frente de esa tropa al mayor general José de Jesús Monteagudo, que paradójicamente había combatido bajo las órdenes de Antonio Maceo, y como jefe del Estado Mayor al coronel José Francisco Martí, el hijo de José Martí. Así arrancó por todo lo alto la operación militar denominada pomposamente por los miguelistas como “La campaña de Oriente”. Aunque cualquiera diría, a tenor con los sangrientos resultados, que debió haberse llamado: “La operación donde no puede haber prisioneros.” O con mejor precisión: “La cruzada de la extinción de los negros, mulatos y blancos del Partido de los Independientes de Color (pic)”.

José Miguel Gómez logró derrotar a los rebeldes, pero las bolas rumorosas que provenían de Oriente y llegaban La Habana, venían impregnadas de olor de carne quemada, de olor de tierra calcinada, de olor de jabalí acorralado, de olor demasiado vandálico e hiriente. El sagrado lema martiano: «Cubano es más que blanco, más que mulato y más que negro», se había pisoteado con la masacre de alrededor de seis mil independientes de color, a quienes el ejército aniquiló como fieras salvajes. Los perros jíbaros fueron azuzados y se les lanzaron a los rebeldes desarmados. Apresados y engañados, fueron baleados y abandonados en la manigua o tirados en el borde de los caminos. Muchos fueron colgados de los árboles y la labor de las auras tiñosas fue su pudridero final.

Evaristo Estenoz, fundador del pic, fue fusilado junto a cincuenta de sus compañeros. Pedro Ivonet, otro de sus fundadores, se rindió en las cercanías del Caney y murió mientras supuestamente trataba de escapar. Con la desaparición física de sus líderes, el movimiento de los independientes de color llegó a su fin. Sin duda, el pic había elaborado uno de los programas políticos más avanzados de su época, que superaba el programa los de los liberales y los conservadores.”


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