Sin conocernos nos reconoceremos

«No puedo respirar», gimió George Floyd durante ocho minutos antes de fallecer asfixiado. Este brutal asesinato bajo la siniestra rodilla de un policía estadounidense debido a la difusión del video en las redes sociales, impactó a la opinión pública de los Estados Unidos y del mundo entero. Las masivas protestas de los norteamericanos en contra del racismo, no se hicieron esperar, aunque esta vez tomaron la misma dimensión y explosividad de cuando Martin Luther King Jr. fuera asesinado seis décadas atrás. 

A pesar de que un 13 por ciento de la población estadounidense es afroamericana y de los avances jurídicos alcanzados por su persistente lucha en el campo de los derechos civiles, aún sin embargo insatisfechos y con sobrada razón, los afroamericanos reclaman y exigen la justicia que les corresponde, ya que tienen consciencia de que como ciudadanos constituyen un importantísimo segmento fundacional de los Estados Unidos.  

Estados Unidos, Brasil y Cuba fueron los destinos en el continente americano donde se asentaron a lo largo de varios siglos millones de hombres negros. Habían sido arrancados violentamente de África por los colonialistas para ser consignados como esclavos al trabajo agrícola y a otras duras faenas. La trata negrera de los traficantes con sus naves repletas de negros encadenados surcó los mares hacia América y abarrotó de esclavos a los países referidos. 

La lucha política en estas naciones por recibir el empoderamiento que merece tener el alma de los negros en idéntica medida a la que posee la espiritualidad de los blancos en el campo social ha sido creciente y feroz. Al punto de que, salvando matices y diferencias en su comparativo desarrollo por lograr idéntica dignidad, en ninguno de los tres países indicados se ha podido acabar totalmente con el racismo. Todavía la discriminación racial se sostiene y nutre de sus propios inveterados prejuicios en el ánimo colectivo e individual. Paradójicamente, estas tres naciones, poseen una elevada e inapreciable cultura musical, danzaría, literaria, en las artes escénicas, en la ciencia y la pedagogía, gracias al decisivo aporte de la creatividad artística, interpretativa y laboral de sus conciudadanos de piel oscura. Puede afirmarse por todo lo anterior y de modo categórico que sin la aportación de los negros, esa encumbrada cultura artística no existiría. 

José Martí, el más universal de los cubanos —caído en combate a los 42 años— escribió en 1890 en los diarios La Nación en Argentina, y Patria en EE. UU., lo siguiente sobre el racismo: «Esa de racista está siendo una palabra confusa, y hay que ponerla en claro. El hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza u otra: dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos. Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro. Cubano es más que blanco, más que mulato, más que negro.»  

Nicolás Guillén, 1902—1986, el poeta nacional de Cuba, dedicó toda su vida a luchar por la igualdad de todas las razas. Sufrió en sus años mozos como muchos cubanos la discriminación racial por ser mulato. Creció junto a una imprenta en Camagüey. Se considera que de este pormenor surgió su perenne vocación hacia las letras y especialmente por la poesía. Al terminar sus estudios vio con asombro que nunca le daban empleo debido al color de su piel. 

A continuación, amigos lectores, les presento unos raros escritos y poemas de su libro El Diario que a Diario —que algunos escritores cubanos califican de ser un poemario sobre la Historia de Cuba— donde critica con ironía y humor criollo lo que habitualmente se publicaba como noticias y anuncios en la prensa escrita de los siglos xvii, xviii y xix acerca de la dramática existencia de los negros esclavos en la isla. He aquí algunas de esas notas y poemas: 

 

  

«ESCLAVOS EUROPEOS

advertencia importante

Es sorprendente la semejanza que existe entre el texto de estos anuncios y el lenguaje empleado por los traficantes en esclavos africanos (negreros) para proponer su mercancía. Forzados por la costumbre general aceptamos su publicación, no sin consignar la repugnancia que tan infame comercio produce en nuestro espíritu.

Sobre la venta y compra de esclavos, jóvenes y en perfecta salud, y también acerca de fugas de los mismos, su cambio por objetos de interés vario, así en la vida pública como familiar:

 

VENTAS

Véndese un blanco joven, calesero

de una o de dos bestias;

general cocinero

y más que regular repostero.

 

Impondrán

en casa de D. Pedro Sebastián,

al 15 1/2 de Teniente Rey,

donde además se arrienda un buey.

 

Dos blancas jóvenes por su 

ajuste: en la calle de Cuba

casa Nº 4 impondrán.

 

Blanca de cuatro meses de parida, sin un rasguño ni una herida, de buena y abundante leche, regular lavandera, criolla cocinera, sana y sin tacha, fresquísima muchacha: EN 350 PESOS LIBRES PARA EL VENDEDOR, EN LA CALLE DE LA PALOMA, AL Nª 133.

Una pareja de blanquitos, hermanos de 8 y 10 años, macho y hembra, propios para distraer niños de su edad. También una blanquita (virgen) de 16. En la calle del Cuervo, al 430, darán razón y precio.

 

CAMBIO

Se cambia un blanco libre de tacha

por una volanta de la marca Ford

y un perro.

Casa Mortuoria de la Negra Tomasa,

junto al Callejón del Tambor

(segunda cuadra después de la plaza)

darán razón.

 

 

FUGA

Ha fugado de casa de su amo

un blanco de mediana estatura,

ojos azules y pelo colorado,

sin zapatos,

camisa de listado

sobre fondo morado.

Quien lo entregue

será gratificado.

San Miguel, 31,

estramuros,

casa que llaman del Tejado.

 

 

ACTO DE JUSTICIA

El blanco Domingo Español será conducido el viernes próximo por las calles de la Capital llevando una navaja colgada al cuello, misma con que causó heridas a sus amos, un matrimonio del que era esclavo. Le darán ciento cincuenta azotes de vergüenza pública, y cincuenta más en la picota situada en la calle de este nombre. Después que sane del látigo será enviado a Ceuta por diez años.

 

SONETO

 

La aldea es ya ciudad, mas no por ello

se piense que dejó de ser aldea:

en las calles el pueblo caga y mea

sin que el ojo se ofenda ni el resuello.

 

Paciencia hay que tener más que un camello

con el agua podrida y la diarrea,

y quien de noche ingenuo se pasea

a escondido puñal arriesga el cuello.

 

Moscas, mosquitos, ratas y ratones,

polvo hecho fango, charcas pestilentes,

fiebres malignas, chancros, purgaciones,

 

contagio son de bestias y de gentes,

bajo un sol de ladrones y gritones

y una luna de dientes relucientes.» 

 

Y, ahora, estimados amigos lectores, apartándonos del poemario El Diario que a Diario, seguidamente les ofrezco este par de poemas de Nicolás Guillén en los cuales vaticina con sobrada visión y sabiduría artística, cuál será sin duda el seguro final del racismo, de todos los racismos, al constatar el coraje en el latir y en la renovada convivencia del género humano por su superación. 

Estos sobrecogedores poemas se titulan Balada de los dos abuelos y El Apellido.

 

BALADA DE LOS DOS ABUELOS

 

Sombras que sólo yo veo,

me escoltan mis dos abuelos.

 

Lanza con punta de hueso,

tambor de cuero y madera:

mi abuelo negro.

Gorguera en el cuello ancho,

gris armadura guerrera:

mi abuelo blanco.

 

Pie desnudo, torso pétreo

los de mi negro;

pupilas de vidrio antártico

las de mi blanco!

 

África de selvas húmedas

y de gordos gongos sordos…

–¡Me muero!

 (Dice mi abuelo negro.)

Aguaprieta de caimanes,

verdes mañanas de cocos…

–¡Me canso!

 (Dice mi abuelo blanco.)

Oh velas de amargo viento,

galeón ardiendo en oro…

–¡Me muero!

 (Dice mi abuelo negro.) 

¡Oh costas de cuello virgen

engañadas de abalorios…!

–¡Me canso!

 (Dice mi abuelo blanco.)

¡Oh puro sol repujado,

preso en el aro del trópico;

oh luna redonda y limpia

sobre el sueño de los monos!

 

¡Qué de barcos, qué de barcos!

¡Qué de negros, qué de negros!

¡Qué largo fulgor de cañas!

¡Qué látigo el del negrero!

Piedra de llanto y de sangre,

venas y ojos entreabiertos,

y madrugadas vacías,

y atardeceres de ingenio,

y una gran voz, fuerte voz,

despedazando el silencio.

¡Qué de barcos, qué de barcos,

qué de negros!

 

Sombras que sólo yo veo,

me escoltan mis dos abuelos.

 

Don Federico me grita

y Taita Facundo calla;

los dos en la noche sueñan

y andan, andan.

Yo los junto.

 

–¡Federico!

¡Facundo!  Los dos se abrazan.

Los dos suspiran.  Los dos

las fuertes cabezas alzan;

los dos del mismo tamaño,

bajo las estrellas altas;

los dos del mismo tamaño,

ansia negra y ansia blanca,

los dos del mismo tamaño,

gritan, sueñan, lloran, cantan.

Sueñan, lloran, cantan.

Lloran, cantan.

¡Cantan!

 

EL APELLIDO

 

                                  Elegía familiar

 

I

 

Desde la escuela

y aún antes… Desde el alba, cuando apenas

era una brizna yo  de sueño y llanto,

desde entonces,

me dijeron mi nombre. Un santo y seña

para poder hablar con las estrellas.

Tú te llamas, te llamarás…

Y luego   me   entregaron

esto que veis escrito en mi tarjeta,

esto que pongo  al  pie de mis poemas:

las trece letras

que llevo a cuestas por la calle,

que siempre van conmigo  a todas partes.

¿Es mi  nombre, estáis ciertos?

¿Tenéis todas mis señas?

¿Ya conocéis mi sangre navegable,

mi geografía llena de oscuros montes,

de hondos y amargos valles

que no están en los mapas?

¿Acaso visitasteis mis abismos,

 mis galerías subterráneas 

con grandes piedras húmedas,

islas sobresaliendo en negras charcas

y donde un puro  chorro

siento de antiguas aguas

caer desde mi alto  corazón

con fresco y hondo estrépito

en un lugar lleno de ardientes árboles, 

monos equilibristas,

loros legisladores y culebras?

¿Toda mi piel (debí decir),

toda mi piel viene de aquella estatua

de mármol español?  ¿También mi voz de espanto,

el duro grito de mi garganta?  ¿Vienen de allá

todos mis huesos? ¿Mis raíces y las raíces

de mis raíces y además

estas ramas oscuras movidas por los sueños

y estas flores abiertas en mi frente

y esta savia que amarga mi corteza? 

¿Estáis seguros?

¿No hay nada más que eso que habéis escrito,

que eso que habéis sellado

con un sello de cólera?

(¡Oh, debí haber preguntado¡)

 

Y bien, ahora os pregunto:

¿No veis estos tambores en mis ojos?

¿No veis estos tambores tensos y golpeados 

con dos lágrimas secas?

¿No tengo acaso 

un abuelo nocturno

con una gran marca negra

(más negra todavía que la piel),

una gran marca hecha de un latigazo?

¿No tengo pues 

un abuelo mandinga, congo, dahomeyano?

¿Cómo se llama? ¿Oh, sí, decídmelo?

¿Andrés? ¿Francisco? ¿Amable? 

¿Cómo decís Andrés en congo?

¿Cómo habéis dicho siempre 

Francisco  en dahomeyano?

En mandinga ¿cómo se dice Amable?

¿O no? ¿Eran, pues, otros nombres?

¡El apellido, entonces!

¿Sabéis mi otro apellido, 

el que me viene

de aquella tierra enorme, el apellido

sangriento  y capturado, que pasó  sobre el mar

entre cadenas, que pasó entre cadenas sobre el mar?

¡Ah, no podéis recordarlo!

Lo habéis disuelto en tinta inmemorial.

Lo habéis robado a un pobre negro indefenso.

Lo escondiste, creyendo

que iba a bajar los ojos yo de la vergüenza.

¡Gracias!

¡Os lo agradezco!

¡Gentiles gentes, thank you!

Merci!

Merci bien!

Merci beaucoup!

Pero no…  ¿ Podéis creerlo? No.

Yo estoy limpio.

Brilla mi voz como un metal recién pulido.

Mira mi escudo: tiene un baobab,

tiene  un rinoceronte y una lanza.

Yo soy también el nieto,

biznieto,

tataranieto de un esclavo.

(Que se avergüence el amo.)

¿Seré Yelofe?

¿Nicolás Yelofe, acaso?

¿O Nicolás Bakongo?

¿Tal vez Guillén Banguila?

¿O Kumbá?

¿Quizá Guillén Kumbá?

¿O Kongué?

¿podía ser Guillén Kongué?

¡O, quién lo sabe!

¡qué enigma entre las aguas!

 

II

 

Siento la noche inmensa gravitar 

sobre profundas bestias,

sobre inocentes almas castigadas;

pero también sobre voces en punta,

que despojan al cielo de sus soles,

los más duros,

para condecorar la sangre combatiente.

De algún país ardiente, perforado

por la gran flecha ecuatorial,

sé que vendrán lejanos primos, 

remota angustia mía disparada en el viento;

sé que vendrán pedazos de mis venas,

sangre remota mía,

con duro pie aplastando las hierbas asustadas;

sé que vendrán hombres de vidas verdes,

remota selva mía,

con su dolor abierto en cruz  y el pecho rojo en llamas.

Sin conocernos nos reconoceremos en el hambre,

en la tuberculosis y en la sífilis,

en el sudor comprado en bolsas negras,

en los fragmentos de cadenas

adheridos todavía en la piel;

sin conocernos nos reconoceremos

en los ojos cargados de sueños

y hasta en los insultos como piedras

que nos escupen cada día

los cuadrumanos de la tinta y el papel.

¿Qué ha de importar entonces

(¡qué ha de importar ahora!)

¡ay! mi pequeño nombre

de trece letras blancas?

¿Ni el mandinga, bantú,

yoruba, dahomeyano

nombre del triste abuelo ahogado

en tinta de notario?

¿Qué importa, amigos puros?

¡Oh, sí, puros amigos,

venid a ver mi nombre!

Mi nombre interminable,

hecho de interminables nombres;

el nombre mío, ajeno,

libre y mío, ajeno y vuestro,

ajeno y libre como el aire. 

*Foto tomada por Lorie Shaull – https://www.flickr.com/photos/number7cloud/49959004213/, CC BY-SA 2.0, Link

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