Isaac Babel: ¿Dónde está la dulce revolución?

La revolución es una obra buena de gente buena, relato de Isaac Babel (1894-1941) extraído de «La armada a caballo» o conocido también como «Caballería roja», libro surgido en el curso dramático de la revolución soviética, en la cual Babel, ruso hebreo, participó con pasión y coraje. La armada de la cual se habla en su libro es uno de los ejércitos populares organizados por la revolución bolchevique, que durante años debió batirse contra los restos del ejército zarista y contra el ejército polaco sostenidos por la ayuda de las potencias occidentales que esperaban derrumbar el régimen revolucionario bolchevique. En este relato Babel enfrenta el problema y las angustias de la violencia revolucionaria, con una profunda ternura hacia los débiles, los humildes y «buenos» que la revolución, hecha por ellos, sin embargo hiere y hace sufrir.

Todavía las páginas de este libro, publicado en 1924, vibra con la vida intensa y apasionada de los cosacos en lucha contra los invasores polacos. Contiene toda la violencia, la sed de justicia y las contradicciones de los primeros años de la Revolución de Octubre. Representan los relatos la ruda sinceridad de los cosacos, la guerra desde la montura, las pasiones, los odios y los amores de esos valientes. Todo se conmueve al paso de la caballería roja: las sinagogas, las aldeas polacas, los soldados enemigos, el corazón mismo de Europa.

     Isaac Babel concibió muchos cuentos de este libro mientras cabalgaba con los generales como corresponsal de guerra en la contraofensiva que lo llevó hasta las puertas de Varsovia. Babel presenta con un estilo concentrado y violento la épica de la revolución y los detalles grotescos y sensuales de la vida cosaca. Desde su aparición, la crítica del mundo entero reconoció en «Caballería roja» la primera obra maestra de la literatura soviética.

     «Babel es un genio que habla con acentos nuevos y sabe expresar una vida cuyas raíces se hunden profundamente en la más genuina experiencia rusa»: Raymond Rosenthal.

     «Babel es uno de los maestros literarios de nuestro siglo… un genio»: Irving Howe.

     «No puedo recordar ninguna otra descripción tan llena de color y vida de los combatientes individuales de la masa del Ejercito Rojo que me haya ayudado a comprender mejor la fuerza que le permitió llevar a cabo aquella extraordinaria campaña. “Caballería roja” de Babel no tiene paralelo en la literatura rusa.»: Máximo Gorki. 

     Naturalmente, la injustificada y criminal Gran Purga organizada por Stalin a finales de la década de los treinta del siglo XX para perpetuarse en el poder, alcanzó a Isaac Babel, escritor que con su genial obra literaria, nada tenía que ver con la impuesta corriente artística denominada a la sazón «realismo socialista». En una lista de 346 personalidades acusadas de ser opositoras al régimen soviético, aprobada por Stalin, Isaac Babel ocupó el numero 12.

     Cuentan que ante el pelotón de fusilamiento, Isaac Babel, al cumplir su ultimo deseo, levantó el brazo y señalando para el sitio donde ondeaba la bandera soviética de la hoz y el martillo, gritó a voz en cuello: «¡Ruego a ustedes, señores del pelotón, que jamás olviden que en esa bandera roja está mi sangre!».    

     A continuación, estimados amigos lectores, el relato de Babel:

     La revolución es una obra buena de gente buena

     Los sábados por la noche me agobia siempre la densa tristeza de los recuerdos. Esa noche mi abuelo, con su barba amarillenta, se inclinaba profundamente en otro tiempo sobre los libros Ibn-Esra, y mi abuela, con su cofia puntiaguda, hacía movimientos extraños con los dedos nudosos sobre los candelabros y lloraba dulce mente. Esa noche se me hacía en mi corazón infantil como un barquito sobre encantadas olas. ¡Oh libros viejos del Talmud de mi niñez! ¡Oh profunda tristeza de los recuerdos! 

     Deambulo por Zitomir buscando el tímido lucero. Junto a la vieja sinagoga, junto a sus muros amarillos e indiferentes, viejos judíos venden greda, azulina y mechas. Son judíos de barbas, como los profetas, con harapos sobre el pecho ardiente y hundido…

     Delante de mí está el mercado y la muerte del mercado. El corazón rojizo de la abundancia está muerto; de las puertas de los comercios penden mudos cerrojos y el granito de la calle está liso como una calavera. El tímido lucero brilla y se apaga.

     El éxito vino después. El éxito vino poco antes de la puesta del sol: la tienda de Guedalye está escondida entre los comercios cerrados. Dickens, ¿dónde estaba aquella noche tu sombra benévola? En aquella tienda de antigüedades hubieras encontrado zapatos dorados y cables marinos, un compás viejo y un águila rellena, una escopeta de cazador, grabada el año 1810, y una caracola rota.

     Guedalye, el dueño de la tienda, bajo, con anteojos ahumados y una levita hasta los pies, mide en el rosario vacío de la tarde sus tesoros. Se restriega en las manos, desenreda su barba gris y escucha atentamente, con la cabeza inclinada, voces imperceptibles que vienen a buscarlo.

     Aquella tienda parece la caja de un muchacho pretencioso y aplicado que un día será profesor de Botánica. En esa tienda se pueden encontrar también botones y una mariposa disecada. Sólo queda Guedalye, girando en el laberinto de globos, carretas y flores marchitas, sacudiendo el polvo con un plumero de colorines hecho con plumas de gallo y soplando las flores muertas.

     Nos sentamos en unos barriles de cerveza. Guedalye retuerce su barba rara y la extiende de nuevo. Su sombrero de copa se cierne sobre nosotros como un torreón negro. Un aire cálido nos envuelve. El cielo cambia de color; del frasco vertido allá arriba fluye una sangre tenue. Me envuelve un ligero olor a moho.

     —¿Revolución? ¡Bueno! Diremos que sí a la revolución! ¿Vamos por eso a decir que no al sábado? —así empezó Guedalye, envolviéndome con la mirada de sus ojos color de humo—. Sí, yo llamo a la revolución, la llamo, la llamo, pero se me esconde y no se hace notar más que por los tiros…

     —El sol no penetra en ojos cerrados —le digo al viejo—, Pero nosotros abriremos los ojos cerrados.

     —El polaco me ha cerrado los ojos —murmura el viejo apenas perceptiblemente—; el polaco, el perro infame. Coge a los judíos y les arranca la barba… ¡Ah, perro! Y ahora son ellos los golpeados… esto es admirable. Esto es la revolución. Y luego vienen a mí, los que han batido a los polacos y me dicen: «Trae acá tu gramófono, Guedalye.» «Me gusta la música, panie», contesto a la revolución. «Tú no sabes lo que te gusta, Guedalye. Voy a disparar sobre ti, y entonces sabrás lo que te gusta, y yo tengo que disparar, Guedalye, porque soy la revolución…»

     —Tiene que disparar, Guedalye —interrumpo al viejo—, porque es la revolución.

     —Pero el polaco ha disparado, mi afable panie, porque es la contrarrevolución. Ustedes disparan porque son la revolución. Ahora bien: la revolución es un placer, y un placer no aguanta huérfanos en la casa. Una persona buena hace buenas cosas. La revolución es una buena cosa de los hombres buenos. Pero los hombres buenos no matan; luego la revolución la hacen los hombres malos. Pero los polacos son también hombres malos. ¿Quién le va a decir entonces a Guedalye dónde hay revolución y dónde contrarrevolución? En otro tiempo estudié el Talmud y me gustaban los comentarios de Rasca y los escritos de Maimónides. Y en Zitomir viven todavía otros hombres sabios. Y todos nosotros, nosotros, la gente que sabemos, nos arrojamos contra el suelo, gritando a voz en cuello: ¡Ay de nosotros, calamidad! ¿Dónde está la dulce Revolución?

     El viejo se calló. Y contemplamos la primera estrella que se habría camino en la Vía Láctea.

     —El sábado empieza —anunció Guedalye solemnemente—. Los judíos deben ir al templo, pan camarada —dijo, se levantó, y el sombrero de copa como un negro torreón, vaciló en su cabeza—. Traed a Zitomir un par de hombres buenos. ¡Ay, en nuestra ciudad hay falta de ellos; hay falta de ellos! Traed hombres buenos y les daremos todos los gramófonos. Somos ignorantes. ¿La Internacional? Nosotros sabemos lo que es la Internacional, y también yo quiero la Internacional de los hombres buenos, y todas las almas deben ser registradas y recibir la ración alimenticia de la primera categoría. Ahí tienes, alma, come, goza de tu placer en la vida. ¡La Internacional! ¿Sabe usted, pan camarada, con qué se come?

     —Se come con pólvora —le contesté al viejo— y se adoba con la mejor sangre…

     Y el sábado joven salió de la azul oscuridad y se dejó caer sobre su silla.

     —Guedalye —dije—, hoy es viernes y la noche ha entrado ya. ¿Dónde puede encontrarse una rosquilla judía, un vaso de té judío y algo de ese Dios retirado en el vaso de té?

     —En ningún sitio —me respondió Guedalye y puso el candado a la puerta—. En ningún sitio. Al lado hay una fonda que antes estaba en manos de buenas gentes, pero ahora no se come allí, ahora se llora.

     Y abrochándose los tres botones de su levita, sacudiéndose el polvo con el plumero de plumas de gallo, se echó un poco de agua en las manos blanduchas y se alejó, diminuto, solo, meditabundo, con su sombrero de copa en la cabeza y un gran libro de glosas debajo del brazo. El sábado empezó y Guedalye, el fundador de una Internacional irrealizable, se fue a orar al templo.

Notas aclaratorias para mis amigos lectores en cuanto a este relato: 

1) Ibn-Ezra: célebre poeta hebreo del siglo XII 

2) Talmud: el complejo de las doctrinas y enseñanzas post-bíblicas del siglo V 

3) Zitomir: ciudad ucraniana del oeste de Kiev

4) Dickens: el gran escritor inglés  

5) al sábado: a nuestras convicciones  

6) glosas: notas y comentarios 

7) Rasca: comentador del Talmud

8) Maimónide: gran escritor hebreo del siglo XI

9) el sábado juvenil: las primeras horas del nuevo sábado

10) camarada: más propiamente “compañero”. La expresión es irónica.

11) La Internacional: la Asociación Internacional de los trabajadores, fundada por Marx en Londres en 1864

12) El polaco: el pueblo polaco, perseguidor de los hebreos

13) panie o pan: polaquito

Sugiero a los lectores leer de este escritor ruso su obra:

1.- La armada a caballo, o, Caballería roja.


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