L.R. Nogueras: el poeta del eterno retorno 

HALT!

La artillería israelí sigue cañoneando

campamentos de refugiados palestinos

en el Sur del Líbano

                                             (de la prensa)

Recorro el camino que recorrieron 4 000 000

                    de espectros.

Bajo mis botas, en la mustia, helada tarde de

                    otoño

cruje dolorosamente la grava.

Es Auschwitz, la fábrica de horror

que la locura humana erigió

a la gloria de la muerte.

Es Auschwitz, estigma en el rostro sufrido de

                    nuestra época.

Y ante los edificios desiertos,

ante las cercas electrificadas,

ante los golpones que guardan toneladas de

                    cabellera humana,

ante la herrumbusa puerta del horno donde

                    fueron incinerados

padres de otros hijos, 

amigos de amigos desconocidos,

esposas, hermanos,

niños que, en el último instante,

envejecieron millones de años,

pienso en ustedes, judíos de Jerusalem y Jericó,

pienso en ustedes, hombres de la tierra de Sión,

que estupefactos desnudos, ateridos

cantaron la hatikevah en las cámaras de gas,

pienso en ustedes y en vuestro largo y doloroso

                     camino

donde las colinas de Judea

hasta los campos de concentración del III Reich.

Pienso en ustedes

y no acierto a comprender

cómo

olvidaron tan pronto

el vaho del infierno 

                                    Auschwitz-Cracovia, 21.10.79

LUIS ROGELIO NOGUERAS nació en La Habana en 1944 y en esta misma ciudad a los cuarenta años de edad falleció en 1985. Fue poeta, licenciado en Letras, camarógrafo, dibujante y realizador de cortos animados (1961-1964), periodista (Cuba Internacional 1965), jefe de redacción (El Caimán Barbudo, 1966-1967), editor (Instituto Cubano del Libro y asesor nacional de literatura del Ministerio de Cultura (1968-1978). Fue guionista en el Instituto del Arte y la Industria Cinematográficos (ICAIC) de las películas Leyenda, El Brigadista y Guardafronteras. Recibió el premio «David» de poesía de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC, 1967) por su libro Cabeza de zanahoria. Obtuvo el premio «Aniversario de la Revolución» con la novela policíaca El cuarto círculo, escrito en colaboración con Guillermo Rodríguez Rivera (1976). Y en 1977 el premio nacional de novela «Cirilo Villaverde» por su obra Y si muero mañana. En 1977 escribió su poemario Las quince mil vidas del caminante. Obtuvo el premio de poesía de Casa de las Américas con su libro Imitación de la vida (1981). En 1983 se publicó su poemario El último caso del inspector. Póstumamente se publicaron los poemarios Nada del otro mundo, La forma de las cosas que vendrán y Las palabras vuelven.

Época     

Época

tú ganaste todas las batallas

aunque muchos de tus hijos no volvieron

Época

tú venciste en Kursk y Stalingrado

en Berlín y en Dien-Bien-Phu

tú pusiste en nuestros labios partidos

roncos himnos de victoria

tú convertiste los reveses en carbón

para el horno del coraje

Época

tú nos enseñaste a no morir sino a dar la vida

tú nos enseñaste a vender cara nuestra sangre

tú cargaste a la bayoneta en el paralelo 38

y nos hiciste firme el pulso del Moncada

tus arengas

sacudieron nuestras filas

en Argel y en Girón

en Cabinda y en las ardientes arenas de Ogadén 

Época

tú ganaste todas las batallas

aunque muchos de tus hijos no volverán

Época 

De los combatientes que nos aguardan a tu lado

Hasta que podamos escribir con nuestros dedos

                                                                 partidos

sobre el último pedazo de tierra esclava

hombres

sois libres

vuestros lobos han muerto

Los poemas de Luis Rogelio Nogueras demuestran que la poesía era su género preferido. En realidad, Wichy o el Rojo, como lo apodaban sus amigos, destacó entre todos los poetas de su generación por su genialidad. Su originalidad creativa era prolífera e indetenible. Solo la sorpresiva muerte pudo arrancarlo de su infatigable quehacer. En poco tiempo se adueñó de los premios de literatura cubana más relevantes: ¡Toda una plus marca!

Ama al cisne salvaje                 

                   ama tus ojos que pueden ver,

                                            tu mente que puede oír

                                            la música, el tueno de las alas,

                                                                             ama al cisne salvaje

                                                                              ROBINSON JEFFERS               

No intentes posar tus manos sobre su inocente 

cuello (hasta la más suave caricia le parecería el

brutal manejo del verdugo).

No intentes susurrarle tu amor o tus penas

(tu voz lo asustaría como un trueno en mitad de la 

noche).

No remuevas el agua de la laguna no respires.

Para ser tuyo tendría que morir.

Confórmate con su salvaje letanía

con su ajena belleza

(si vuelve la cabeza escóndete entre la hierba).

No rompas el hechizo de esta tarde de verano.

Trágate tu amor imposible.

Ámalo libre.

Ama el modo en que ignora que tú existes.

Ama al cisne salvaje. 

Ante su fallecimiento varios intelectuales dejaron constancia escrita de su pesar. Guillermo Rodríguez Rivera: «Yo quisiera pensar que está conmigo… Wichy, el Rojo, Luis Rogelio Nogueras era una de mis riquezas. Fue un genuíno intelectual de Cuba y de su Revolución, dotado de virtudes que rara vez confluyen en un solo hombre: enorme talento, avasalladora simpatía, inquebrantable lealtad. No era raro pues que, por igual, sedujera a la poesía, a las mujeres, a los amigos. Ahora pienso que nunca soñé escribir estas palabras.» Roberto Fernández Retamar: «Una tarde de 1965, antes de entrar a dar mis clases, recorrí atentamente en la Facultad una exposición de poemas murales hechos por alumnos. Entre los que me gustaron, había sobre todo uno de un muchacho que no conocía, Luis Rogelio Nogueras.  Comenté el hecho con varios amigos… Wichy supo de mi opinión, según me dijo él mismo. Así, como admirador suyo, iniciamos nuestra amistad…» Eduardo Heras León: «Resulta que hace dos años se fue y no dijo adónde. Desapareció prácticamente delante de sus amigos y no dejó rastro. Ni siquiera una colilla de cigarro aplastada, la huella de los dedos en un vaso de agua, o un pedazo de papel con unas iniciales, o tal vez un verso clave en el último poema. Nada. Absolutamente nada.» José Saramago: «IMITACION DE LA VIDA, MULTIPLICACIÓN DEL HABLA: Y la «Antología apócrifa» de Luis Rogelio Nogueras ¿qué será de ella?, ¿un divertido ejercicio de virtuosismo poético?, ¿una demostración solo voluntaria de cierto «saber hacer» ya experimentado en otros lugares?, ¿una tentación europea? ¿O será, por el contrario, una expresión poética igualmente oblicua del modo cubano de proceder en el mundo de hoy; modo que con alguna impropiedad, llamamos internacionalismo?… Valérico Licínio, que nació hace dos mil sesenta años, el doctor Zen, que probablemente aún no murió y tal vez no muera, todos los poetas de la «Antología apócrifa» de Nogueras vinieron al mundo fuera de Cuba, todos son verdaderamente voces de otro lugar. Que yo sepa, nunca Luis Rogelio Nogueras ha explicado las razones profundas de esta «Antología», en particular su carácter, por así decirlo, universal. Pero es muy esclarecedor que el poema más «vertiginoso» de la antología —en relación que instituí con el tiempo y el espacio—, el «Eternorretornógrafo», fuera escrito por el poeta cubano… Si bien notamos, ese poema de Luis Rogelio Noguera es una enciclopedia que presenta, sobre todas las demás, dos ventajas de gran valor: no necesitará ser actualizada y cabe en dos páginas de un libro… Por ventura, necesitamos hoy más poetas que poemas, por ventura necesitamos más de voces que de palabras.

ETERNORRETORNÓGRAFO

El joven poeta murmuró cerrando el libro

        de Apollinaire:

«Este si es un poeta…»

Y Apollinaire, el sodado polaco Wilhelm

        Apollinaire de Kostrowitzky,

enterrado hasta la cintura en el fango de la

        trinchera cerca de Lyon,

mirando la noche estrellada del 4 de agosto

        de 1914,

la tierra reseca, florecida de estacas y alambre

        de púas,

sembrada de minas esa noche de 1914,

mirando las bengalas azules, rojas, verdes en el 

        cielo envenenado por los gases

apretó el húmedo librito de Rimbaud mientras

         sobre su cabeza pasaban silbando los obuses.

Y Rimbaud, haciendo sus maletas en Charlesville,

         echó junto a su ropa los versos de Villón.

Y Villón, el doce veces condenado, el apócrifo,

         el inédito, pensó ante el patíbulo en las tres

         cosas que más había amado: su mujer Christin,

         su leyenda, la de él, la de Villón,

y el borroso recuerdo de unos versos que hablaban

         de la noche del 711 en que Taric se apoderó

         de Gibraltar.

Y el sombrío poeta árabe que escribió aquellos 

         versos la calurosa noche del 711 apoyándose

         en la cimitarra

imitaba los versos que su abuelo le leía en la

         lejana Argel;

y el abuelo de Argel había leído a Imru-Ui-Qais,

         al que Mahoma consideraba el primer gran

         poeta árabe; lo había leído una interminable

         jornada en el desierto de Sahara (más húmedo

         ahora que entonces)

en la lenta marcha de los camellos y las teas

         encendidas.

Y es probable que Imru-Ui-Qais escribiera en la

         lengua de Alá imitaciones de Horacio,

y Horacio admiraba a Virgilio,

y Virgilio aprendió en Homero,

y Homero, el ciego, repetía en hexámetros los 

         extraños poemas que se susurraban al oído 

         los amantes en las estrechas calles de Babilonia

         y Susa,

y en Babilonia y Susa

los poetas imitaban los versos de los hititas de Bog

         Haz Keui y de la capital egipcia de Tell El

         Amarna,

y los poetas del 4 000 a.n.e.

imitaban a los poetas del 5 000 a.n.e.

Hasta que el Hombre de Pekín, en la húmeda

          caverna de Chou-Ten

viendo arder lentamente sobre las brasas del anca

          de un venado,

gruñó los versos que le dictaba desde el futuro

un joven poeta que murmuraba cerrando un libro

de Apollinaire.

Habana, 6, III, 69 


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