El porvenir sin esperanza de Kafka

La angustia del hombre frente a un mundo saturado y amenazante fue revisitado y representado con enorme dramaticidad por Franz Kafka (1883-1924). El siglo XIX fue abordado por él con ímpetu inicial confiado y lleno de renovación, con la esperanza luminosa de la acción y concluye en una desolación cerrada, angustiosa. En el alba del nuevo siglo XX Kafka quiere apagar totalmente cada luz de salvación para el hombre y la sociedad humana: solamente vislumbra una pesadilla monstruosa, donde pesa sobre el hombre débiles suertes provenientes de manos oscuras, siempre invisibles e indiferentes. 

Es verdaderamente el terror del nuevo siglo que superará hasta los presagios dramáticos de Kafka: verdaderamente las dictaduras y las guerras, el terror del exterminio organizado, la violencia en cada forma, la distracción y la muerte, rinden trágicamente tenebroso el siglo XX en el cual Kafka conoce solo el inicio. Él muere en 1924, a los 41 años. Los amigos logran la publicación de algunos de sus trabajos en vida. Sus obras mayores: El proceso, El Castillo, los Relatos, fueron conocidos solamente después de su muerte.

Pequeña fábula

(Cada ser aparece ante Kafka aplastado debajo de terribles pesadillas. Cada ser, el hombre, la humanidad, se dirigen aparentemente hacia la salvación, corren en realidad hacia una fría y desierta muerte. Hay muchas «posibilidades» pero ninguna se alcanza).

«Ahimé» dice el ratón «el mundo deviene cada día más tortuoso. Antes era así vasto que yo no tenía miedo, corría siempre adelante y era feliz de ver finalmente los muros lejanos a derecha e izquierda, pero ahora esos largos muros se precipitan frente a mí de un modo donde no logro encontrarme y no encuentro el último cuarto, y allá en el ángulo está la trampa en la cual voy a caer» «No hay que cambiar dirección» dice el gato, y se lo comió. (De: «El mensaje del Emperador»)

El golpe contra el portón

(Mas si tenía la posibilidad más justa y natural, aquella donde el hombre era inocente y venía reconocido inocente: pero siempre caía sobre él una acusación oscura, siempre le era negada la posibilidad de ser inocente, de ser un «ciudadano libre».

Kafka ha profetizado en forma absoluta, también, el terror del régimen policiaco. En un mundo absurdo al hombre no le queda otra alternativa que persuadirse de ser culpable, inadaptado incluso a vivir en libertad, paradójicamente paga el precio de estar en la cárcel sin esperanza).

 «Era el verano, una jornada sofocante. Cuando regresaba a casa con mi hermana pasamos delante del portón de una casita. No sé si por broma o por distracción ella había golpeado el portón, o si había hecho solo un gesto con el puño cerrado, sin golpear. Siento pasos más allá, a lo largo de la calle provinciana que provenía de la izquierda, donde comenzaba el pueblucho.

     Todo era desconocido, pero al pasar la primera casa, en seguida vimos gente hacernos gestos poco amigables o amenazantes, gente asustada, encorvada del terror. Nos acercamos a la casita delante a la cual apenas recordábamos si realmente habíamos dado o no un golpe en el portón. El patrón de la casita nos acusaría, aseguraba, y comenzaría el proceso. Yo estaba plenamente tranquilo y tranquilizaba a mi hermana. Probablemente aquel golpe no lo había ni siquiera dado, y si lo hubiera dado, por una simple razón no se podía constituir en una causa litigante.

     Traté de hacerlo comprender a la gente que nos rodeaba, me escucharon, pero no sé pronunciaron. Más tarde dijeron que no solo mi hermana, sino que yo también sería acusado del hecho. Expresé un sí sonriente. Todos miraron hacia la cocina, como si tuvieran en el ojo una nube de humo esperando las llamas. En efecto enseguida vimos un escuadrón de policías entrando por el portón abierto. Se alzó una nube de polvo escondiendo cada cosa, sólo las puntas de las lanzas brillaban. El escuadrón apenas se había apropiado del portón, y, como si se hubiesen girado los caballos, que estaban de nuevo en el callejón. Yo aparte a mi hermana, me ocuparía solo de mis razones.

     Ella rechazaba dejarme. Le dije que al menos se cambiara de ropa para presentarse mejor ante los señores. Al final cedí a tomar el camino a nuestra casa. Ya los policías estaban juntos, desde lo alto de su cabalgadura pidieron en seguida a mi hermana. Respondí, temblando, que por el momento ella no se encontraba y que muy pronto vendría. La respuesta fue escuchada con indiferencia por dos señores. Estaba claro que lo más importante era haberme encontrado a mí. Se distinguía entre los dos señores, el juez, joven vivaz, y su taciturno ayudante. Me ordenó entrar a la casa de un campesino. Lentamente, moviendo la cabeza, me puse en camino bajo la cortante mirada de aquellos señores. Tenía todavía la confianza que una de mis palabras  hubiese bastado para liberarme, yo, el ciudadano, a salir de aquella masa de campesinos, y sobre todo con honor. Pero cuando rebasé una parte de la cámara, el juez que me había detenido y ya me esperaba, dijo: «Todo esto me da pena». 

     Era evidente que mi condición presente, no le interesaba. La cámara se manejaba más a una celda carcelaria qué al cuarto de una casa rústica. Grandes piedras descuadradas, paredes oscuras y desnudas, en un punto un anillo de hierro pegado al muro, en medio de algo que estaba entre la baranda y el lecho.

     Supe todavía respirar un aire diverso en aquella cárcel? He aquí la gran intriga, o mejor dicho, la gran certeza de que ya no tenía esperanza alguna en salir de aquí absuelto.» 

Estimados lectores:

Les recomiendo leer las siguientes obras de Kafka:

1.- El Proceso

2.- El Castillo

3.- Relatos

Atentamente,

El Autor.


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