A HERMANN HESSE
A Fayad Jamís
Las calles deshechas de Alemania
eran la fuente,
la última palabra de las minas,
la suave tumba de Novalis.
En los salones del Águila Negra,
bajo el gramófono sombrío,
en las faldas de la casera,
en cada compás del foxtrot,
sombras entre las hojas de los libros,
anochecían los dragones de las guerras.
El fresco otoño de 1930
iba bordeándote. Nadie
sino tú, permanecía
en las calles de la vieja Alemania,
solo unos años antes de que Fausto
fuera trasladado a Auschwitz.
Llevabas el rostro por saber
echado sobre las calles
de Alemania donde caminaría
Gustavo, el Teólogo, blandiendo
un máuser a la medida de la muerte.
Tú señalaste el camino
que iba a recorrer la pólvora,
la imagen que se precipitaba
tras las calles maltrechas de Alemania,
viejo lobo triste,
arrastrándote hacia un mundo
donde el hombre no fuera una trompeta.
Entonces,
mira cómo se quedaron allí
los rastros de las fieras,
esos ojos claros de los asesinos,
la soledad de Goethe, la tiniebla
y hunde
tu mandíbula
en los rostros de cada una de las hachas.
Guillermo Rodríguez Rivera (Santiago de Cuba, 1943-La Habana, 2017) fue profesor, novelista, ensayista y poeta. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. En 1966 fue profesor universitario de Literatura. Finalista, en 1970, del Premio Casa de las Américas en la modalidad de poesía. Escribió junto a Luis Rogelio Nogueras, la novela negra El cuarto círculo (1976). En el año 2003 aparece su obra Canta, antología personal donde reúne una selección de textos de los poemarios Cambio de impresiones y En carne propia y que obtiene el Premio de la Crítica y, dos años después, Nosotros, los cubanos, alcanza un rápido éxito y tres ediciones entre 2005 y 2007. La editorial José Martí ha editado traducciones de este texto en inglés y francés.
Guillermo Rodríguez Rivera pertenece a la generación de Silvio, Pablo, Nogueras y Casaus. Doctor en Letras, profesor de Literatura de la Universidad de La Habana, Rodríguez Rivera ha estado en el centro de la historia de la nueva trova cubana gracias a su amistad con Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola, que fundaron esa corriente estética a finales de los años 60, una posición que le permitió un conocimiento casi protagónico del suceso. Fue autor de uno de los textos más lúcidos sobre la identidad cubana, Por los caminos de la mar o nosotros los cubanos, donde se explaya de modo entrañable acerca de los orígenes e ingredientes culturales que conforman la nacionalidad cubana.
Escribió también los ensayos Exploración de la poesía (1981), Sobre la historia del tropo poético (1984) y Crónicas del relámpago (2008), hizo artículos, ensayos y notas sobre discos que resaltan su pasión por la música y la trova cubana. Fue redactor de la revista Mella. Secretario de redacción de la revista Cuba, cofundador y jefe de redacción de El Caimán Barbudo y secretario de redacción de Revolución y Cultura. Colaboró además en la revista Bohemia, Casa de las Américas, Unión, La Gaceta de Cuba y El Mundo. Por sus méritos intelectuales fue condecorado con la Medalla Rafael María de Mendive y la Distinción de la Cultura Nacional.
Uno se pregunta como simple cubano por qué Guillermo Rodríguez Rivera no recibió en vida mejores reconocimientos de nuestra sociedad debido a la profunda labor que realizó en nuestra literatura nacional, pero son preguntas del todo inútiles. La repercusión de su trabajo creador será la obra que a la larga (lauro infranqueable que siempre enarbola el paso de los años) premiará su hondo trabajo creativo. De mi parte solo publico dos poemas más de su fecundo quehacer.
SONETO AL METODÓLOGO
Pitágoras no hacía plan de clases
Sócrates nunca redactó ni uno
Y lo peor, que de los dos, ninguno
Dividía sus charlas en tres fases.
Cuando Erasmo ejercía la docencia
No usaba la retroalimentación
Y es muy poco probable que Platón
Diera la baja por inasistencia.
¡Oh, metodólogo!, en tu magnificencia
Perdona a los maestros ya pasados
Aunque anduvieran, los pobres, errados.
Metodólogo, ten benevolencia
Comprende que se hallaban enfrascados
En las superfluas cosas de la ciencia.
POÉTICA
Cuando se le acaban a uno las palabras
en el momento preciso en que se hastía de Saint John Perse
y J.R.J.
(poetas decididamente respetables)
cuando va mirando las cosas, viviendo entre las cosas
con un amor profundo
y una melancolía que debe calificarse asimismo de
“profunda sin duda”
en el instante en que le pega a uno una extraña especie
de patada en el pecho
y las cosas le lucen y está bien,
cuando está entre la gente y está solo,
si está solo y todo el mundo le acompaña,
si se queda mirando un punto fijo,
hay que seguir.
A pesar de los que preferirían palabras más tranquilas,
quizá por ellos mismos,
por lo que vale todo para todos,
por los que lloran y no se les escucha,
por lo que hacemos juntos, mientras queden
tantos sufrimientos, tantas decepciones
hay que seguir.
Digo, estirar los cuellos, prender los dientes y seguir
aunque los comemierdas digan lo que digan
O para decirlo de una manera definitivamente más clara:
cagarse en la noticia.
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